En este
breve texto trataremos de explicar, aunque de manera muy resumida, los aspectos
epistemológicos más importantes que Hume trata en su Investigación sobre el entendimiento humano. Se establece una
diferenciación entre dos clases de percepciones: a las menos fuertes o intensas
las denomina «pensamientos» o «ideas», mientras que a aquellas que conllevan un
grado mayor de percepción, sean los cinco sentidos y sentimientos en general,
las llamará «impresiones».
Puede
parecer que el pensamiento humano es ilimitado, pero Hume, como buen empirista,
no puede estar de acuerdo con esto. Nos dirá que, si bien es cierto que la
mente humana goza de la facilidad de inventar y crear, todas sus fantasías no
serán más que la unión de ideas ya conocidas. Podemos ejemplificar esto
visualizando un ser mitológico como la esfinge, que para los antiguos griegos
era un demonio de destrucción y mala suerte, representado con rostro de mujer,
cuerpo de león y alas de ave. Como es evidente, la invención de este ser
corresponde a la unión de las diferentes ideas que se han nombrado. Se nos
ofrecen dos argumentos a favor de estas consideraciones: primero, Hume sostiene
que «cuando analizamos nuestras ideas, siempre existe la posibilidad de
reducirlos a ideas tan sencillas, que pueden parecer copias de anteriores
sentimientos o sensaciones.»[1] Amplia
este argumento con la consideración de que la idea de Dios es una ampliación de
las capacidades humanas. Su segundo argumento aporta que, aquél que no haya
podido hacer uso de uno de los cinco sentidos propios del ser humano, dígase la
vista, no conocerá las ideas que mediante ésta se generen, como los colores, y
sin embargo, si se le devolviese esa capacidad, no tendría dificultad alguna
para creación de estas ideas.
También
señalará Hume, que es posible que un hombre sea capaz de concebir una idea que
no ha percibido previamente por los sentidos. Utiliza el ejemplo de una gama de
colores de la que se prive de una única tonalidad a un individuo. Si esta
persona no ha percibido nunca un tono determinado de, digamos azul, es posible
que pueda deducir su falta observando el resto de la gama colocada respecto a
su gradación. Aun en este caso, la idea creada corresponde a la percepción del
resto de ellas que la han hecho posible.
Una vez
aclarado lo anterior, en la sección tercera se establece una conexión entre las
ideas mediante tres principios: semejanza, contigüidad, y causa y efecto.
Considera Hume que estos son principios universales, y los ejemplificará
diciendo que «un cuadro hace que nuestros pensamientos traten de evocar el
original –semejanza–. La mención de una estancia de un determinado edificio
hace que nos preguntemos o comentemos algo acerca de los demás aposentos
–contigüidad–. Y si pensamos en una herida, difícilmente podremos substraernos
de imaginar el dolor que lleva añadido –causa y efecto–.»[2] Además,
contempla la posibilidad de que puedan darse casos en los que los principios
puedan unirse para determinadas ideas, es decir, que de una idea pasemos a la
otra siguiendo causa y semejanza, por ejemplo.
Ya en la
sección cuarta, Hume dirá que todos los objetos de la razón o investigación
humanas pueden dividirse en dos clases: relaciones y hechos. En la primera
clase comprenderemos todas las afirmaciones intuitivas o demostrativamente
ciertas –álgebra, geometría, aritmética…–. Sin embargo, los hechos en tanto que
segunda de estas clases, no pueden ser tan fácilmente demostrados o intuidos. Éstos
pueden ser contrarios entre sí sin implicar contradicción, pues afirmar que
«mañana lloverá» es tan inteligible que decir «mañana no lloverá».
Siguiendo
en la sección citada, consideraremos que todos nuestros razonamientos acerca de
hechos parecen responder a la relación de causa y efecto. Gracias a esta
relación –nos dirá Hume– podemos ir más allá de la evidencia de nuestra memoria
y nuestros sentidos. No podemos dar mejor ejemplo que el método de
investigación que sigue la ciencia, del que se intentan extraer las causas de
determinados efectos mediante la observación y experimentación. Sentencia el
autor que «…el conocimiento de tal relación no se alcanza, en ningún caso,
gracias a razonamientos apriorísticos, sino que procede de la experiencia en su
totalidad.»[3] Este
empirismo defiende que cualquier conocimiento posible es dado por la
experiencia, y sólo a través de esta podemos alcanzar certeza. Esto es
observable en cuanto que es imposible conocer a priori las causas de un hecho o un objeto, mientras que mediante
investigación u observación de hechos empíricos, de nuestra propia experiencia,
podemos llegar a conocerlas. Continuará argumentando que la causa es distinta
del efecto, y si tratamos de indagar acerca de las causas desde su efecto,
todas las consideraciones serán arbitrarias en cuanto que apriorísticas. El
ejemplo utilizado por Hume para esta afirmación es el de dos bolas de billar.
Si la primera bola es golpeada por un humano, esta será la causa de su
movimiento, pero sin embargo, cuando choque contra otra bola y haga que esta se
mueva, esa segunda bola ya no se moverá por causa directa del humano, sino de
la inercia. Por esto, dilucidar la causa
desde un efecto será imposible si no es a través de la experiencia. Llevadas
estas ideas al extremo, las consideraciones humeanas llegarán hasta el punto de
considerar que el hombre, posiblemente, no pueda conocer la causa primera que
tanto se esmeran en descubrir los metafísicos. Las sentencias de Hume llegarán
tan lejos que mostrará cierto grado de escepticismo respecto al conocimiento.
Con sus propias palabras, «toda filosofía desemboca en la constatación de la
ceguera y debilidad humanas, situaciones con las que nos encontramos a cada
paso, por más que tratemos de eludirlas o evitarlas»[4],
es decir, que cada intento de razonamiento muestra la ignorancia del ser humano,
y su incapacidad para conocer sin la disponibilidad de experiencia alguna. Y
tampoco la geometría, por ejemplo, –según Hume– es fuente de conocimiento, sino
que sólo facilita a la experiencia la deducción como mera herramienta de
simplificación.
Más
adelante, sentencia nuestro autor que «incluso después de haber tenido
experiencia de lo que representa la causa y el efecto, las conclusiones que
deduzcamos de dicha experiencia no están fundadas ni en el razonamiento ni en
cualquier otro proceso de nuestro entendimiento.»[5]
Surgen aquí importantes dudas escépticas respecto al conocimiento, y es que si
éste se lleva a cabo mediante inferencias, es decir, si poseemos un
conocimiento inferencial como señala el título de este trabajo, deberíamos
poder fundamentar esas inferencias. El único modo que el hombre tiene de
aprender es la observación, la deducción mediante determinadas relaciones
causa-efecto, inferimos a través de las experiencias. Debemos tener en cuenta
que cuando observamos una de estas relaciones, después tendemos a aplicarlas a
objetos o situaciones semejantes, pero esto es así por que creemos que el
futuro será semejante a las experiencias que tenemos del pasado, es decir, aceptamos
en todo momento que el curso de la naturaleza no cambiará radicalmente. Hume
pretende con esto advertir de la falibilidad del conocimiento, y que incluso
las inferencias que puedan suscitar una serie de experiencias pueden ser
erróneas para casos diferentes o futuros.
A pesar de
todo lo anterior, se apresurará Hume en afirmar que, aunque sea notable la
ignorancia humana, la experiencia es fuente de conocimiento, y es indubitable
que mediante ésta se aprende y progresa, pues cuando un niño o un animal se
queman con una llama, no volverán a tocarla después.
Llegados a
este puntos, Hume es consciente de que
incluso teniendo una experiencia casi nula, solemos inferir relaciones de
causa-efecto por motivos que desconocemos. Apostará por un principio al que
denominará costumbre, del que nos dice que lleva al hombre a inferir estas
relaciones por el mero hecho de verlas cada día sin variaciones, pero sin
necesidad de ningún tipo de raciocinio, simplemente se está acostumbrado a que
así suceda, y de ninguna manera se esperaría algo diferente. Con sus propias
palabras, «siempre que la repetición de un acto o proceso determinados está en
el origen de la propensión a que dicho acto o proceso se repita, sin que sea
necesario el impulso de ningún razonamiento u otro procedimiento del
entendimiento, decimos que dicha propensión es un efecto de la costumbre.»[6]
Para este pensador, la costumbre es la responsable de que nuestra experiencia
nos resulte útil, nos permite esperar en el futuro acontecimientos semejantes a
los pasados.
Es cierto
que el hombre es capaz de imaginar ficciones, pero como ya dijimos
anteriormente, estas sólo son mezclas de experiencias. Hume diferenciará entre
ficción y creencia, siendo la última «una imagen más vívida, intensa, vigorosa,
asentada y segura de un objeto que la que puede proporcionarnos la imaginación
por sí sola.»[7] Las creencias
no consisten en la propia naturaleza, sino sólo en el modo de concebir las
ideas y la impresión que producen en la mente. Podemos extraer del texto que,
al modo de entender de Hume, una creencia es un acto imaginativo al extremo que
puede parecer real. Cuando oímos la voz de un conocido en la habitación de al
lado –que en realidad no está–, nos dirá, estamos imaginando su presencia,
recibiendo la impresión de que es así. Continúa diciéndonos que, «el
sentimiento de creencia no es más que una concepción más intensa y firme que la
que acompaña a las meras ficciones de nuestra imaginación, y que este modo de
concebir las cosas surge del hábito de unir un objeto a algo que esté presente
tanto a la memoria como a los sentidos.»[8]
Acerca de
lo que imaginamos, Hume defiende que es provocado por los principios de
conexión anteriormente mencionados –semejanza, contigüidad y causalidad–, y que
la aparición de uno de ellos es la responsable de las impresiones que puedan
provocarnos. De la semejanza se nos dice que es capaz de crear un sentimiento
de falta de los que ya no están, pues cualquier otra persona u objeto puede
hacernos recordar su persona. Del mismo modo, la contigüidad en el espacio o el
tiempo pueden crear determinadas impresiones. Algo tan simple como encontrarse
en un lugar donde antes ocurrió algo, o ser la fecha exacta de esto mismo, es
capaz de rememorar muy nítidamente aquellos momentos, creando impresiones de
increíble realidad. Y lo mismo ocurrirá con la causalidad, que provocará que
creamos que algo ha dado como efecto lo mismo que una vez ya dio aun siendo
mera imaginación.
Encontrándose
aquí, Hume podría recordarnos a Descartes cuando nos dice que no debemos
confiar plenamente en nuestra razón, pues sus capacidades son reducidas y
lentas, que debido a todos los actos de imaginación que acabamos de ver,
podríamos estar equivocados en las creencias más nítidas. Finaliza la sección
quinta abogando por una mayor utilización de nuestros instintos, de los que
dice que son mecánicos y más fiables, y de los que nos dotó la naturaleza al
igual que movemos los músculos sin necesidad de ser conscientes de todo lo que
esto conlleva.
Incluso en
el movimiento de nuestros miembros hacemos uso de la experiencia –según Hume–,
pues sabemos que previamente se han movido, y tenemos experiencia de ellos. Por
el contrario, un lisiado no intentará mover lo que no tiene, porque ya tiene
sobrada experiencia de ello. Prueba de esto es que cuando alguien dotado de
todos sus miembros, por accidente, pierde alguno de ellos, su experiencia le
hará intentar mover lo que una vez tuvo. Y una vez aclarado esto, el autor
asegura que la voluntad de realizar acciones tan primarias depende de la
experiencia, y sin embargo, «el poder o energía mediante los cuales se llevan a
cabo […] nos es desconocido e inimaginable.»[9]
Tras un
largo discurso sobre la falibilidad de nuestra razón, advirtiendo que no
podemos crear leyes generales de causa-efecto por la única experiencia de un
efecto tras una causa, Hume intentará ofrecernos una definición de causa. En
primer lugar, nos dirá que podemos definirla como «un objeto, que va seguido de
otro, siempre y cuando todos los objetos similares al primero vaya seguidos por
objetos similares al segundo.»[10]
Intentará aclarar aún más definiendo a la causa en tanto que «el segundo objeto
jamás habría tenido lugar, de no haberse producido el primero.»[11]
Y como cuando se da esto, nuestra mente tiende a generalizar que causas
determinadas darán efectos determinados, Hume añade que la causa se trata de
«un objeto seguido por otro, cuya aparición siempre dirige el pensamiento hacia
aquel otro.»[12]
Resumiendo,
se expone que la consideración de que algo conlleve una relación de causa y
efecto, depende primeramente de la experiencia, y esta nos lleva a observar la
existencia de una conexión entre dos objetos. Si tenemos en cuenta que los
principios de conexión son los de semejanza, contigüidad y causalidad, cuando
nuestra experiencia sea capaz de diferenciarlos en distintas ocasiones,
podremos decir que existe una relación de causa y efecto, y esta relación es la
única comprendida por Hume en el entendimiento humano. Y precisamente de estas
relaciones, se infieren nuevas ideas que dan lugar a lo que conocemos como
conocimiento inferencial.
[1] Hume, David. Investigación sobre el entendimiento humano. Buenos Aires: Losada,
2010, p. 27
[2] Op. Cit., p. 33
Hume, David. Investigación sobre el entendimiento humano.
(Buenos
Aires: Losada, 2010). p. 44 et passim.
[4] Op. Cit., p. 49
[5] Op. Cit., p. 51
[6] Op. Cit., p. 65
[7] Op. Cit., p. 73
[8] Op. Cit., p. 74
[9] Op. Cit., p. 96
[10] Op. Cit., p. 109
[11] Ibídem
[12] Ibídem
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