En la Nueva Atlántida,
Francis Bacon quiso mostrar su propia concepción utópica de una sociedad
perfecta apoyada en la ciencia. De forma más exacta, donde el autor muestra su
método es en la Casa
de Salomón. Hablamos de método porque Bacon pretendía establecer una nueva
senda para la ciencia con el fin de que ésta fuese más productiva y, hablando
con sus propias palabras “(…) el
conocimiento de las causas y secretas mociones de las cosas y la dilatación de
los confines del imperio humano para la realización de todas las cosas posibles”[1]. Si analizamos esta cita vemos que con <<dilatación de los confines del
imperio humano>> se nos quiere decir que mediante el uso de la
ciencia se puede facilitar la vida del hombre hasta el punto en que se amplían
las posibilidades de su propia condición. Podría decirse que, para Bacón, con
el uso adecuado de la ciencia mediante el método que nos ofrece, se podrían
abrir nuevas puertas de conocimiento y éste sería ilimitado.
Dejando aparte los motivos religiosos en esta utopía
baconiana y centrándonos solamente en lo que resulta de vital importancia en su
exposición del nuevo método, lo primero que se nos muestra en la descripción de
esta Casa de Salomón es una organización muy jerarquizada y sectorial. En esta
especie de “comuna científica” se separan las diferentes dedicaciones en
distintas casas o espacios dedicados enteramente a la investigación,
experimento y desarrollo de áreas de conocimiento concretas. Estos espacios no
son elegidos al azar sino que son preparados o escogidos según las condiciones
necesarias para la investigación de un cometido concreto. Además de esta
separación por lo que podrían denominarse gremios, existen diferentes
instituciones del Estado dispuestas a preservar el orden y la paz que propician
una buena tarea científica. Puede resultar ambiguo lo que acabamos de decir, y
es que realmente lo es, ya que al mismo tiempo que el Estado se pone al
servicio de la ciencia dotándola de las condiciones necesarias para el correcto
desarrollo, también la ciencia se pondrá al servicio del Estado para mejorar
las condiciones de vida de los hombres.
Una de las características más sorprendentes de esta utopía
es el conocimiento riguroso de todas las otras naciones del mundo y, al mismo
tiempo, el desconocimiento de dichas naciones sobre la propia existencia de la
llamada Bensalem o Nueva Atlántida que Bacon propone. Este hecho nos hace
pensar que nuestro autor pretende salvaguardar a esta comunidad científica y
sus avances de caer en malas manos. Si se tomó la molestia de separar este Estado
del resto ubicándolo en una isla desconocida por el resto del mundo y, además,
expone la existencia de una Casa del Extranjero y rigurosas normas de acceso,
es que Francis Bacon sabía que no podemos confiar demasiado en el género humano.
Sabemos de sobra que la ciencia puede ir encaminada a malos fines o caer en
ellos por error y que, al mismo tiempo que nos facilita la vida, también hace
todo lo contrario destruyéndola. Precisamente, es este aspecto el que lleva a
Bacon a ocultar Bensalem y todos los avances científicos y tecnológicos al
resto del mundo. Si estas tecnologías cayesen en las manos equivocadas podrían
utilizarse para la fabricación de armas ocasionando conflictos perjudiciales
para la especie humana. De la misma manera, aunque el capitalismo no existiese
como lo hace hoy, cuando Bacon escribía esto, otro motivo de aislamiento de
este Estado es evitar la capitalización de los procesos científicos. A lo que
quiero referirme es a que, en nuestros Estados actuales, los avances
científicos sólo son posibles si son subvencionados con fondos públicos o
empresas privadas. El problema de este hecho es que sólo se aporta el capital
suficiente a los proyectos que se crean útiles, o de forma más extrema y
peligrosa en el caso de las empresas privadas, a lo que después se venda más
fácilmente. Es cuanto menos indignante saber que se dedican más millones de
euros al desarrollo de cosméticos que a la cura del cáncer o el SIDA.
Otro aspecto a destacar de este Estado de Bensalem es algo
que podemos ver cuando Bacon nos dice: “Tenemos
también parques y cercados con toda suerte de bestias y pájaros, a los que utilizamos no sólo para verlos o por
su rareza sino también para disecciones y pruebas, pues así ganamos luz sobre
lo que puede hacerse con el cuerpo humano.”[2]
Este no es un fallo muy reprochable –bajo mi punto de vista- sólo de Bacon,
sino que también hoy estamos cometiéndolo. Considerar que el hombre tiene
potestad absoluta sobre la naturaleza para hacer lo que le plazca con ella es
cuanto menos arcaico, desproporcionado e incluso inmoral. Este antropocentrismo
egocéntrico cree que puede poner a su servicio todo cuanto existe sin
miramiento alguno. Si bien hoy vemos, volviendo al asunto de los cosméticos,
que se prueban estos productos en animales ocasionándoles graves daños por
quemaduras, infecciones o reacciones alérgicas, en la utopía de Bacon se habla
de disecciones a animales para ver lo que puede hacerse con el cuerpo humano. El
experimentar con animales sin ningún pesar por mutilarlos o incluso matarlos
sólo para crear un producto que nos permita cumplir unos cánones de belleza,
que nosotros mismos creamos, es de un grado de barbarie y desconsideración
bastante notable. Si de verdad creemos que nosotros, los hombres, somos la
especie más avanzada, dotada de razón y sentimientos, y por ese motivo podemos
poner a nuestro servicio al resto de la naturaleza, deberíamos preguntarnos si
matar u ocasionar daño por placer es realmente civilizado y propio de una
especie avanzada, porque yo, al menos de momento, no he visto ningún otro
animal hacerlo. Con toda esta ráfaga pretendo advertir de que al igual que
nosotros hoy tenemos este grave problema, también Bacon lo tuvo, fallando en su
énfasis por proteger a la comunidad científica de Bensalem de fines no
adecuados. Puede que consiguiese proteger esos avances tecnológicos de caer en
malas manos, pero tenía un problema equiparable en su propio Estado al estar
utilizando a la naturaleza para su propio beneficio, sin tener en cuenta que
podría llegar a destruirla, y eso, sin duda, llevaría a la extinción del género
humano, que no olvidemos, precisa de ella.
Si nos paramos a pensar un segundo nos daremos cuenta de
algo importante: al aislar la comunidad científica y evitar que el mundo
conozca sus avances tecnológicos, también estamos aislando la utilidad de ellos
mismos. Si estos maravillosos avances son totalmente desconocidos por todo el
mundo ¿qué utilidad tiene entonces cualquiera de ellos? Si la respuesta de
Bacon fuese que son útiles para Bensalem, ¿dónde está entonces la utopía si
sólo un pequeño pueblo puede gozar de ellos? ¿No tiene el resto del mundo
derecho a mejorar su calidad de vida? Si la respuesta entonces por su parte es
que cada Estado debe consolidarse y organizarse tal y como lo hace Bensalem,
¿no ocasionaría esto una guerra fría que podría acabar en una real y mundial
ampliamente destructiva? Obviamente, si todos estos Estados fuesen capaces de
generar tales avances tecnológicos con tanto éxito, todos y cada uno de ellos
comenzarían una carrera para llegar los primeros y crearía difíciles
fricciones. Puede responderse a esto diciendo que, en estos Estados, no tienen
por qué crearse armas, pero siento recordar a quien así lo haga que el ser
humano tiene un espíritu egoísta y envidioso difícilmente remediable. La única
opción posible que podría restar a las dos anteriores sería la de que todo el mundo
global constituyese este Estado científico, pero debe recordarse que si
precisamente Bacon quiso separar a ese Estado del resto de ellos era para que
no se comercializaran esos avances y se entrara en un juego de compra-venta
bastante inmoral. Si realmente alguien cree que todo el mundo podría estar
unido al igual que el pequeño Estado de Bensalem, organizado por casas y
espacios con determinadas misiones y fines, jerarquizado y en paz, es que no
conoce al género humano y su diversidad. Sabemos de sobra que existen infinidad
de etnias y, por desgracia, también infinidad de racismos y xenofobias
diferentes, por lo que pretender que todo un mundo de millones de habitantes
viva en paz, es cuanto menos irrisorio. Eliminadas estas tres posibilidades
parece que el vaso medio lleno de Bacon tiene demasiados defectos de fábrica
que ocasionan pérdidas de líquido hasta quedar prácticamente vacío.
Expuestos los puntos flacos de esta utopía ofrecida por
Francis Bacon no queda más que intentar remediar estos errores. A mi parecer,
no sólo la visión de Bacon es errónea sino que incluso lo es hoy respecto a los
fines y medios de la ciencia. Los medios de la ciencia no justifican sus fines,
y ni tan siquiera sus fines están correctamente planteados. Hoy entendemos por
ciencia una investigación continua que facilite al hombre la vida o que incluso
se la alargue poniendo a nuestro servicio a la naturaleza para ello. Como ya
dije antes, no podemos pretender sacarle todo el jugo a la naturaleza en
beneficio propio sin tener en cuenta que la necesitamos para sobrevivir, y que
cuando hayamos acabado con ella habremos acabado con nosotros mismos. Creo que
sobran ejemplos de malos enfoques de la ciencia. Uno de ellos es la
despoblación arbórea del Amazonas, importantísimo pulmón terrestre. Se ha
reducido alarmantemente la flora y por consiguiente la fauna de estos paisajes
y, sin ningún tipo de duda, una de las causas directas es que el nivel de CO2
aumentará contribuyendo a un efecto invernadero que acabará deshaciendo
los polos, subiendo el nivel del mar e inundando nuestras propias ciudades. No
voy a gastar ni una sola palabra para los iluminados que dicen de esta y otras
consecuencias que son un mito. Lo que sí diremos es que el mayor problema de la
ciencia, al igual que lo es de la política, es que sólo mira al presente y al
pasado. La ciencia crea nuevos utensilios que mejoran nuestra calidad de vida,
objetos para que hagamos el mínimo esfuerzo hasta perder nuestra propia
condición humana y acabemos convertidos en máquinas más mecanizadas que
nuestros propios inventos. De lo que no están dándose cuenta es de las
consecuencias de querer mejorar nuestro pasado a costa del presente, es decir,
de querer avanzar tecnológicamente cogiendo lo necesario de la naturaleza. Si
mirasen al futuro de forma correcta –no me valen las macrópolis de rascacielos
y naves autopropulsadas- comprenderían que si eliminamos lo que nos da de comer
llegará un momento en que desaparezcamos. Si somos tan egoístas como para decir
que <<el que venga detrás que arree>> sin
llegar a saber que esos que vendrán detrás serán nuestros descendientes, si no
nos importa el futuro, la especie humana y la estabilidad de nuestro planeta;
entonces sigamos masacrando árboles, secando ríos, arrancando la piel de
animales vivos para hacer nuestros abrigos, quemando las pieles de esos mismos
para probar nuestros cosméticos <<¡para
estar más guapos!>> y un largo pero
no menos egoísta y desconsiderado etcétera. Si es así, sigamos por el mismo
cauce que ahora, asegurémonos de vivir muy bien hoy. Pero, si realmente nos
importa lo más mínimo el futuro cada vez más próximo, el reino animal del que formamos
parte, nuestro planeta, y al fin y al cabo nosotros mismos, es hora de cambiar
el rumbo científico y ser más respetuosos y considerados con aquello de lo que
formamos parte –que no nos pertenece como predican las religiones culpables de
este pensamiento atroz-. Si realmente queremos una estabilidad y un vivir bien
a largo plazo, deberíamos olvidarnos de esos cosméticos innecesarios y esas
grandísimas mansiones en que podrían vivir al menos diez personas más, por
poner algunos ejemplos. Seamos razonables con lo que tenemos y lo que
necesitamos y pensemos, de una vez, en que estamos robándole las materias
primas a quien nos las proporciona a un ritmo que no puede soportar.
Tanto el nuevo método baconiano como la ciencia actual
yerran en sus medios y en sus fines. Si realmente nos interesase una utopía en
la que poder vivir en paz, prescindiríamos de cosas innecesarias que nos hacen
competir entre nosotros. Siento opinar que los humanos estamos demasiado lejos
de vivir en paz mientras existan los que más tienen y los que menos, muy lejos
de vivir de manera estable si acabamos con el medio, y aún más lejos de
alcanzar un Estado igualitario y utópico de felicidad y armonía; porque en un
mundo basado en la competitividad no hay paz posible, y quizás debiéramos
volver la mirada atrás para saber cuándo empezamos a errar en nuestros fines y
por tanto en los de la ciencia en tanto que parangón de nuestras capacidades. Partimos
de un error de base: creer que todo nos pertenece, que está a nuestro servicio
y podemos hacer con ello lo que nos plazca. Ahora comenzamos a comprender que
somos uno más, una especie entre millones, y que si miramos hacia el universo
somos realmente insignificantes. ¿No está nuestro antropocentrismo muy
desproporcionado respecto a todo lo que sabemos hoy? Quizás debamos cambiar
nuestro modo de ver la vida, y más que facilitar nuestra tareas humanas
debiéramos intentar estabilizarlas en perfecta convivencia con el medio,
convivir no sólo entre humanos sino entre especies, porque dependemos de ellas
–aunque ellas no de nosotros-. Si he de exponer un nuevo método no será el de
Bacon ni el de ningún científico, será el de una persona responsable y concienciada
que sepa mirar al futuro, pero no sólo al suyo, sino al de la especie humana al
completo. El nuevo método será coger lo que necesitemos en proporciones
adecuadas. Y si quieren que vaya más allá, mi método es que mientras la ciencia
y todos sus avances se valoren con dinero y se puedan comerciar, y mientras
algunos de nosotros puedan vivir más cómodos por tener más dinero, no habrá
utopía posible.
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