martes, 30 de octubre de 2012

El nuevo método

En la Nueva Atlántida, Francis Bacon quiso mostrar su propia concepción utópica de una sociedad perfecta apoyada en la ciencia. De forma más exacta, donde el autor muestra su método es en la Casa de Salomón. Hablamos de método porque Bacon pretendía establecer una nueva senda para la ciencia con el fin de que ésta fuese más productiva y, hablando con sus propias palabras “(…) el conocimiento de las causas y secretas mociones de las cosas y la dilatación de los confines del imperio humano para la realización de todas las cosas posibles”[1]. Si analizamos esta cita vemos que con <<dilatación de los confines del imperio humano>> se nos quiere decir que mediante el uso de la ciencia se puede facilitar la vida del hombre hasta el punto en que se amplían las posibilidades de su propia condición. Podría decirse que, para Bacón, con el uso adecuado de la ciencia mediante el método que nos ofrece, se podrían abrir nuevas puertas de conocimiento y éste sería ilimitado.
Dejando aparte los motivos religiosos en esta utopía baconiana y centrándonos solamente en lo que resulta de vital importancia en su exposición del nuevo método, lo primero que se nos muestra en la descripción de esta Casa de Salomón es una organización muy jerarquizada y sectorial. En esta especie de “comuna científica” se separan las diferentes dedicaciones en distintas casas o espacios dedicados enteramente a la investigación, experimento y desarrollo de áreas de conocimiento concretas. Estos espacios no son elegidos al azar sino que son preparados o escogidos según las condiciones necesarias para la investigación de un cometido concreto. Además de esta separación por lo que podrían denominarse gremios, existen diferentes instituciones del Estado dispuestas a preservar el orden y la paz que propician una buena tarea científica. Puede resultar ambiguo lo que acabamos de decir, y es que realmente lo es, ya que al mismo tiempo que el Estado se pone al servicio de la ciencia dotándola de las condiciones necesarias para el correcto desarrollo, también la ciencia se pondrá al servicio del Estado para mejorar las condiciones de vida de los hombres.
Una de las características más sorprendentes de esta utopía es el conocimiento riguroso de todas las otras naciones del mundo y, al mismo tiempo, el desconocimiento de dichas naciones sobre la propia existencia de la llamada Bensalem o Nueva Atlántida que Bacon propone. Este hecho nos hace pensar que nuestro autor pretende salvaguardar a esta comunidad científica y sus avances de caer en malas manos. Si se tomó la molestia de separar este Estado del resto ubicándolo en una isla desconocida por el resto del mundo y, además, expone la existencia de una Casa del Extranjero y rigurosas normas de acceso, es que Francis Bacon sabía que no podemos confiar demasiado en el género humano. Sabemos de sobra que la ciencia puede ir encaminada a malos fines o caer en ellos por error y que, al mismo tiempo que nos facilita la vida, también hace todo lo contrario destruyéndola. Precisamente, es este aspecto el que lleva a Bacon a ocultar Bensalem y todos los avances científicos y tecnológicos al resto del mundo. Si estas tecnologías cayesen en las manos equivocadas podrían utilizarse para la fabricación de armas ocasionando conflictos perjudiciales para la especie humana. De la misma manera, aunque el capitalismo no existiese como lo hace hoy, cuando Bacon escribía esto, otro motivo de aislamiento de este Estado es evitar la capitalización de los procesos científicos. A lo que quiero referirme es a que, en nuestros Estados actuales, los avances científicos sólo son posibles si son subvencionados con fondos públicos o empresas privadas. El problema de este hecho es que sólo se aporta el capital suficiente a los proyectos que se crean útiles, o de forma más extrema y peligrosa en el caso de las empresas privadas, a lo que después se venda más fácilmente. Es cuanto menos indignante saber que se dedican más millones de euros al desarrollo de cosméticos que a la cura del cáncer o el SIDA.
Otro aspecto a destacar de este Estado de Bensalem es algo que podemos ver cuando Bacon nos dice: “Tenemos también parques y cercados con toda suerte de bestias y pájaros, a  los que utilizamos no sólo para verlos o por su rareza sino también para disecciones y pruebas, pues así ganamos luz sobre lo que puede hacerse con el cuerpo humano.”[2] Este no es un fallo muy reprochable –bajo mi punto de vista- sólo de Bacon, sino que también hoy estamos cometiéndolo. Considerar que el hombre tiene potestad absoluta sobre la naturaleza para hacer lo que le plazca con ella es cuanto menos arcaico, desproporcionado e incluso inmoral. Este antropocentrismo egocéntrico cree que puede poner a su servicio todo cuanto existe sin miramiento alguno. Si bien hoy vemos, volviendo al asunto de los cosméticos, que se prueban estos productos en animales ocasionándoles graves daños por quemaduras, infecciones o reacciones alérgicas, en la utopía de Bacon se habla de disecciones a animales para ver lo que puede hacerse con el cuerpo humano. El experimentar con animales sin ningún pesar por mutilarlos o incluso matarlos sólo para crear un producto que nos permita cumplir unos cánones de belleza, que nosotros mismos creamos, es de un grado de barbarie y desconsideración bastante notable. Si de verdad creemos que nosotros, los hombres, somos la especie más avanzada, dotada de razón y sentimientos, y por ese motivo podemos poner a nuestro servicio al resto de la naturaleza, deberíamos preguntarnos si matar u ocasionar daño por placer es realmente civilizado y propio de una especie avanzada, porque yo, al menos de momento, no he visto ningún otro animal hacerlo. Con toda esta ráfaga pretendo advertir de que al igual que nosotros hoy tenemos este grave problema, también Bacon lo tuvo, fallando en su énfasis por proteger a la comunidad científica de Bensalem de fines no adecuados. Puede que consiguiese proteger esos avances tecnológicos de caer en malas manos, pero tenía un problema equiparable en su propio Estado al estar utilizando a la naturaleza para su propio beneficio, sin tener en cuenta que podría llegar a destruirla, y eso, sin duda, llevaría a la extinción del género humano, que no olvidemos, precisa de ella.
Si nos paramos a pensar un segundo nos daremos cuenta de algo importante: al aislar la comunidad científica y evitar que el mundo conozca sus avances tecnológicos, también estamos aislando la utilidad de ellos mismos. Si estos maravillosos avances son totalmente desconocidos por todo el mundo ¿qué utilidad tiene entonces cualquiera de ellos? Si la respuesta de Bacon fuese que son útiles para Bensalem, ¿dónde está entonces la utopía si sólo un pequeño pueblo puede gozar de ellos? ¿No tiene el resto del mundo derecho a mejorar su calidad de vida? Si la respuesta entonces por su parte es que cada Estado debe consolidarse y organizarse tal y como lo hace Bensalem, ¿no ocasionaría esto una guerra fría que podría acabar en una real y mundial ampliamente destructiva? Obviamente, si todos estos Estados fuesen capaces de generar tales avances tecnológicos con tanto éxito, todos y cada uno de ellos comenzarían una carrera para llegar los primeros y crearía difíciles fricciones. Puede responderse a esto diciendo que, en estos Estados, no tienen por qué crearse armas, pero siento recordar a quien así lo haga que el ser humano tiene un espíritu egoísta y envidioso difícilmente remediable. La única opción posible que podría restar a las dos anteriores sería la de que todo el mundo global constituyese este Estado científico, pero debe recordarse que si precisamente Bacon quiso separar a ese Estado del resto de ellos era para que no se comercializaran esos avances y se entrara en un juego de compra-venta bastante inmoral. Si realmente alguien cree que todo el mundo podría estar unido al igual que el pequeño Estado de Bensalem, organizado por casas y espacios con determinadas misiones y fines, jerarquizado y en paz, es que no conoce al género humano y su diversidad. Sabemos de sobra que existen infinidad de etnias y, por desgracia, también infinidad de racismos y xenofobias diferentes, por lo que pretender que todo un mundo de millones de habitantes viva en paz, es cuanto menos irrisorio. Eliminadas estas tres posibilidades parece que el vaso medio lleno de Bacon tiene demasiados defectos de fábrica que ocasionan pérdidas de líquido hasta quedar prácticamente vacío.
Expuestos los puntos flacos de esta utopía ofrecida por Francis Bacon no queda más que intentar remediar estos errores. A mi parecer, no sólo la visión de Bacon es errónea sino que incluso lo es hoy respecto a los fines y medios de la ciencia. Los medios de la ciencia no justifican sus fines, y ni tan siquiera sus fines están correctamente planteados. Hoy entendemos por ciencia una investigación continua que facilite al hombre la vida o que incluso se la alargue poniendo a nuestro servicio a la naturaleza para ello. Como ya dije antes, no podemos pretender sacarle todo el jugo a la naturaleza en beneficio propio sin tener en cuenta que la necesitamos para sobrevivir, y que cuando hayamos acabado con ella habremos acabado con nosotros mismos. Creo que sobran ejemplos de malos enfoques de la ciencia. Uno de ellos es la despoblación arbórea del Amazonas, importantísimo pulmón terrestre. Se ha reducido alarmantemente la flora y por consiguiente la fauna de estos paisajes y, sin ningún tipo de duda, una de las causas directas es que el nivel de CO2 aumentará contribuyendo a un efecto invernadero que acabará deshaciendo los polos, subiendo el nivel del mar e inundando nuestras propias ciudades. No voy a gastar ni una sola palabra para los iluminados que dicen de esta y otras consecuencias que son un mito. Lo que sí diremos es que el mayor problema de la ciencia, al igual que lo es de la política, es que sólo mira al presente y al pasado. La ciencia crea nuevos utensilios que mejoran nuestra calidad de vida, objetos para que hagamos el mínimo esfuerzo hasta perder nuestra propia condición humana y acabemos convertidos en máquinas más mecanizadas que nuestros propios inventos. De lo que no están dándose cuenta es de las consecuencias de querer mejorar nuestro pasado a costa del presente, es decir, de querer avanzar tecnológicamente cogiendo lo necesario de la naturaleza. Si mirasen al futuro de forma correcta –no me valen las macrópolis de rascacielos y naves autopropulsadas- comprenderían que si eliminamos lo que nos da de comer llegará un momento en que desaparezcamos. Si somos tan egoístas como para decir que <<el que venga detrás que arree>>  sin llegar a saber que esos que vendrán detrás serán nuestros descendientes, si no nos importa el futuro, la especie humana y la estabilidad de nuestro planeta; entonces sigamos masacrando árboles, secando ríos, arrancando la piel de animales vivos para hacer nuestros abrigos, quemando las pieles de esos mismos para probar nuestros cosméticos <<¡para estar más guapos!>> y un largo pero no menos egoísta y desconsiderado etcétera. Si es así, sigamos por el mismo cauce que ahora, asegurémonos de vivir muy bien hoy. Pero, si realmente nos importa lo más mínimo el futuro cada vez más próximo, el reino animal del que formamos parte, nuestro planeta, y al fin y al cabo nosotros mismos, es hora de cambiar el rumbo científico y ser más respetuosos y considerados con aquello de lo que formamos parte –que no nos pertenece como predican las religiones culpables de este pensamiento atroz-. Si realmente queremos una estabilidad y un vivir bien a largo plazo, deberíamos olvidarnos de esos cosméticos innecesarios y esas grandísimas mansiones en que podrían vivir al menos diez personas más, por poner algunos ejemplos. Seamos razonables con lo que tenemos y lo que necesitamos y pensemos, de una vez, en que estamos robándole las materias primas a quien nos las proporciona a un ritmo que no puede soportar.
Tanto el nuevo método baconiano como la ciencia actual yerran en sus medios y en sus fines. Si realmente nos interesase una utopía en la que poder vivir en paz, prescindiríamos de cosas innecesarias que nos hacen competir entre nosotros. Siento opinar que los humanos estamos demasiado lejos de vivir en paz mientras existan los que más tienen y los que menos, muy lejos de vivir de manera estable si acabamos con el medio, y aún más lejos de alcanzar un Estado igualitario y utópico de felicidad y armonía; porque en un mundo basado en la competitividad no hay paz posible, y quizás debiéramos volver la mirada atrás para saber cuándo empezamos a errar en nuestros fines y por tanto en los de la ciencia en tanto que parangón de nuestras capacidades. Partimos de un error de base: creer que todo nos pertenece, que está a nuestro servicio y podemos hacer con ello lo que nos plazca. Ahora comenzamos a comprender que somos uno más, una especie entre millones, y que si miramos hacia el universo somos realmente insignificantes. ¿No está nuestro antropocentrismo muy desproporcionado respecto a todo lo que sabemos hoy? Quizás debamos cambiar nuestro modo de ver la vida, y más que facilitar nuestra tareas humanas debiéramos intentar estabilizarlas en perfecta convivencia con el medio, convivir no sólo entre humanos sino entre especies, porque dependemos de ellas –aunque ellas no de nosotros-. Si he de exponer un nuevo método no será el de Bacon ni el de ningún científico, será el de una persona responsable y concienciada que sepa mirar al futuro, pero no sólo al suyo, sino al de la especie humana al completo. El nuevo método será coger lo que necesitemos en proporciones adecuadas. Y si quieren que vaya más allá, mi método es que mientras la ciencia y todos sus avances se valoren con dinero y se puedan comerciar, y mientras algunos de nosotros puedan vivir más cómodos por tener más dinero, no habrá utopía posible.


[1] Bacon, Francis. Nueva Atlántida. Madrid: Akal, 2006, p. 205
[2] Op. Cit., p. 209

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