Optaré por la comparación de las visiones acerca de la naturaleza humana,
tanto de Rousseau en Discurso sobre elorigen de la desigualdad, como de Hobbes en Leviatán, en el siguiente ensayo, para vislumbrar, por último y si
fuese posible, una percepción propia acerca de la naturaleza humana.
La postura de Rousseau es bien diferente a la de Hobbes, y es que el
primero asegura que el hombre es bueno por naturaleza, y que este, en el
primigenio Estado de Naturaleza, es bueno y sociable. Además, está en la
voluntad del hombre su propia elección ante los asuntos mundanos, teniendo así
su libertad, y disponiendo de una serie de derechos naturales. Este no es el
caso de Hobbes, pues afirma que el ser humano en su estado de naturaleza se
encuentra bajo el caos y la barbarie, una continua guerra de todos contra todos
provocada por la carencia de leyes. Llegados a este punto, ya se observan
diferencias importantes entre ambas visiones, siendo en una el hombre
considerado naturalmente bueno, y en otra, naturalmente malvado, al mismo
tiempo que Rousseau asegura la existencia de unos derechos naturales, y Hobbes
achaca el caos a la falta de leyes, que provoca el desconocimiento humano
acerca de lo que es justo, y por tanto, no pudiendo actuar justamente. Quedando
esto claro, proseguiremos en la comparación de ambas visiones antropológicas.
Para Rousseau, un gobierno legítimo y popular debe guiarse, al igual que
cada persona, por la voluntad general. Esta voluntad debe encargarse de la
preservación del todo y de cada parte individual, y es esto el origen de las
leyes, y con ellas, la principal de todas, la que rige lo justo e injusto,
tanto en relación con el estado como con ellos mismos. A esto, añade que la
función encargada al estado, y la causante de su creación, es la protección de
los bienes, la vida y la libertad de cada individuo, pero también preservando
la autoridad del gobierno, es decir, permitiendo la ordenación correcta de la
sociedad. En contraposición a lo anterior, Hobbes nos advierte que el hombre
está obcecado en un deseo de poder que sólo termina con su propia muerte, y que
el ansia de riquezas, placeres o reconocimientos les inclinan a combatir entre
ellos, siendo esto causa de las que considera las tres principales causas de la
discordia: la competencia, la desconfianza y la gloria. Por tanto, teniendo en
cuenta todo lo anterior, Hobbes asegura que mientras no exista un estado que
controle mediante leyes al hombre, éste se encontrará en una continua pugna que
denomina la guerra de todos contra todos, pero debemos recordar que Rousseau
afirmaba la existencia de unos derechos naturales que no precisan ser
promulgados para su conocimiento, ya que son meramente instintivos e incluso
compartidos con algunos animales. Resumiendo ambas posturas, diremos que
Rousseau defiende que la causa de la creación del estado es la protección de
los bienes, la vida y la libertad de los individuos, pero Hobbes nos dice que
la única causa es establecer el orden en unos seres innatamente enfrentados por
la competencia, la desconfianza y el deseo de gloria además de su miedo a la
muerte, del que sólo podrá librarse con ella misma.
En cuanto a los gobiernos ideales para ambos autores, de Rousseau
podríamos decir que es la democracia en su sentido más arcaico, es decir, las
polis o ciudades-estado de la antigua Grecia, que son lo suficientemente
pequeñas como para poder formas asambleas que garanticen que todo el pueblo
participa en el gobierno de su propia ciudad. Además, a esto le añade, que
aunque el poder esté en el pueblo, la forma idónea de gobierno es la república,
ya que no considera correcto dejar toda la soberanía en una misma persona, algo
a lo que denomina despotismo, y que asegura, aplasta los derechos del hombre.
De la misma manera, tampoco considera correcto el gobierno aristocrático
formado por unos cuantos individuos de mayor poder. En su contra, Hobbes,
asegura que el poder puede ser transferido por el pueblo a un único representante,
un soberano, que deberá guardar los derechos fundamentales de los hombres
además de protegerlos y asegurar sus propiedades privadas.
Explicado todo lo anterior, tomaremos en mayor medida el asunto de la
naturaleza humana, dividido por ambos autores en dos estados diferentes, pero
no iguales entre sí. Si para Rousseau el hombre es bondadoso por naturaleza, no
lo será para Hobbes, y tampoco estarán de acuerdo en las consecuencias que
acarreará el poder de un estado sobre los hombres. Nos advierte Rousseau de que
es el estado social el causante de las desigualdades del hombre, y no sus
rasgos físicos. Aún así, es importante distinguir entre los dos tipos de
desigualdades que éste diferencia, siendo las primeras las desigualdades
naturales o físicas, sin apenas importancia y que no deben suponer problema
alguno, ya que no son más que simples diferencias físicas que pueden afectar a
las capacidades, pero que en el conjunto de la sociedad, pasan desapercibidas.
Por otra parte, las desigualdades sociales son el tema principal de su Discurso sobre el origen de la desigualdad,
y esto es debido a que las considera
provocadas por el mismo estado, es decir, que éstas no existían en el estado
primigenio de naturaleza. Las desigualdades originadas por el estado social son
tales como la pobreza, el desigual reparto de los alimentos, e incluso el poder
de unos sobre otros. Son éstas las causantes de otros males que atormentan al
hombre, y por el contrario, no atormentan a ningún otro animal. Véase el caso
de las enfermedades, que hasta el momento no han sido capaces de masacrar a
miles de ellos, cuyo caso no es el del hombre, que a causa de la pobreza
extrema de ciertos sectores de la población, y su falta de alimento, ocasiona
el rápido deterioro de la salud, y con esto, la expansión de cualquier
enfermedad que ni siquiera afecta al mundo animal. A esto, se aprovecha para
decir que el hombre, acomodado en sociedad, se ha hecho débil, ha perdido su
condición animal de supervivencia y es incapaz de soportar males que otros
animales sí logran superar. En sus principios, el hombre no sentía miedo por
las bestias, pero en el estado social, sí lo tiene, habiendo perdido sus
instintos primarios y viendo aumentados sus sentimientos.
Es otro tema importante el de la guerra, ocasionada por diversos factores
no existentes en el estado natural, y es que asegura Rousseau no haber visto
ningún animal atacar por simple placer, o por ningún motivo que no fuese el
hambre o la protección. Además, refuta a Hobbes en su creencia de la maldad
innata del hombre, señalando éste que el hombre tiene un sentimiento natural,
al igual que todos los animales, de piedad. Este hecho, lo ejemplifica con la
obviedad de que todos los animales actúan de modos concretos ante uno de sus
semejantes muertos, y esto, demuestra el carácter natural e innato de ciertos
sentimientos que no precisan de ninguna ley para ser conocidos.
Seguidamente, Rousseau nos explicará que los hombres debieron aprender a
comunicarse para ponerse de acuerdo en temas primordiales para su propia
seguridad, y con esto nació el lenguaje, que después, nos conduciría al
raciocinio propio del ser humano, que posteriormente contribuirá en la creación
del estado social. Este hecho, no está del todo claro, y advierte el autor de
su gran complejidad, ya que aún nadie se ha puesto al parecer de acuerdo en qué
fue primero, si el lenguaje, o el pensamiento. Por su parte, Rousseau nos dice
que el hombre comenzó su comunicación con el grito, y que posteriormente, al
necesitar una mayor cantidad de sonidos para comunicarse, creó el lenguaje. Una
vez establecido un estado social, el hombre, en condición de sociable, crea una
necesidad de convivencia que le vuelve débil y aumenta sus sentidos. Cuanto
mayor sea el grado de sociabilidad, mayor será la necesidad de convivir con
otros, porque más imprescindible se hará el estado social para la supervivencia.
De las desigualdades sociales en su estado correspondiente, se verán
ampliadas las desigualdades naturales, y ante esto, surgirá la envidia entre
los hombres. En este momento ya poco puede hacerse, pues la debilidad de los
hombres, y la mayor capacidad de unos para progresar que otros, hace que las
desigualdades se acrecienten aún más con la introducción de la propiedad
privada, considerada como hecho inicial del estado social. Con la propiedad,
obviamente, se crea la desigualdad económica, y con ella, la guerra mutua por
conseguir mayores posesiones que los otros. Ante esto, debe crearse una ley que
ordene a los hombres, y además, se debe establecer a aquellos que velarán por
su cumplimiento o crearán otras nuevas según sea necesario o justo. Con el
crecimiento del poder político y su concentración en pocos individuos, éste se
degenera, creándose la relación amo-esclavo, ocasionada a su vez por amplias
desigualdades económicas acarreadas por introducción de la propiedad privada.
En conclusión, ante estos hechos, el despotismo se sitúa desafiante y termina
aplastando leyes y derechos humanos, regresando de nuevo a un estado natural,
eso sí, habiendo ya desvirtuado al hombre, y ocasionándole la inutilidad de
supervivencia.
Es ahora el momento en que ha de discernirse sobre cuál de estos dos
autores está más en lo cierto, y esto es algo difícil. Muchos achacan a
Rousseau, que su idea del estado natural, está más próxima a un paraíso que de
la propia realidad, y es que cuesta creer que el hombre sea bueno por
naturaleza. Aún así, ha de tenerse en cuenta que nadie puede asegurar a ciencia
cierta cómo era el hombre en su etapa más natural, y por tanto, no hay más que
elucubraciones y suposiciones que podrían o no ser acertadas. Algo que sí es
cierto, es que en las tribus indígenas no existe la desigualdad, porque en su
libertad absoluta y la inexistencia de sistemas organizativos, todos son
iguales ante todos, a pesar de que sí puedan tener algún líder que les
aconseje; y del mismo modo, los territorios que mejor pueden ser gobernados,
son aquellos que son de menor tamaño, puesto que vive una menor cantidad de
gente, hay menor diversidad, y por tanto la justicia es más equitativa. Por
esto, podría concluirse que Rousseau está en lo cierto cuando asegura que los
estados deberían ser lo suficientemente pequeños como para que el pueblo,
reunido en asambleas, sea quien se gobierne a sí mismo, y no dejando paso a
ningún tipo de degeneración política.
Imaginemos un mundo en que cada cual ocupase la profesión que más le
agradara, y que no existiese el dinero como medida de compra y venta de
artículos. Es más, supongamos que todo cuanto existe fuese totalmente gratuito
a cambio del trabajo de cada uno de nosotros para el resto de la comunidad. En
esta situación, ¿existiría el hurto? Ciertamente, no. No sólo no se robaría
porque todo fuese gratuito, sino que además, no tendría sentido alguno robar ni
se daría ningún impulso a hacerlo, porque la igualdad sería total, nadie
poseería más bienes que otros, y por consiguiente, no existiría la envidia en
ese sentido. En añadido a esto, en una sociedad incorrupta por el dinero, se
reducirían de forma sorprendente todos los delitos posibles, entre ellos, los
asesinatos. Pensemos por un segundo en las razones que podrían llevarnos a
asesinar a alguien, siendo claramente una de las primeras la envidia, una
envidia causada por la desigualdad social o económica que ya ha sido eliminada
con la anterior suposición. Con esto, se ven reducidas hasta niveles mínimos
las posibilidades de un asesinato, ya que entonces tan sólo se haría uso de la
violencia para casos extremos de defensa, los cuales, seguramente, nos serían
innecesarios debido a que nadie querría atacarnos al no tener motivo aparente.
Pueden quedar otros motivos, pero estos pertenecen ya a un estadio diferente,
al de la enfermedad, el cual no se corresponde con la naturaleza humana, sino a
un estado alterado de la misma, que aún así, también se vería seguramente
reducido, ya que casi todas las enfermedades psíquicas son producidas por
efectos externos causados por el estado social (p. Ej. El estrés). Con la
suposición anterior, y los resultados que se desprenden, parece estar probado que
Rousseau acertaba en que es el estado social el causante de los males del
hombre, y que no es el hombre el mal en sí mismo, que eliminando los factores
externos, no posee razón alguna para actuar de forma incorrecta. Además, cabe
añadir que ningún hombre en su sano juicio sería capaz de llevar a cabo un mal
contra otros sin motivo alguno. Podemos concluir pues, que el hombre no es
malvado por naturaleza, sino consecuente, como cualquier otro animal, y que no
causará mal alguno si su vida no está en peligro.
Ahora bien, ¿es el hombre un ser social, o un ser natural? A mi parecer,
el problema no está en decir cuál de estos tipos podría ser, sino que lo
erróneo es la clasificación que ha sido creada. De esto, se señala que el
hombre es un ser comunitario por necesidad, que precisa de otros para su
subsistencia, y mejor dicho, para una mayor comodidad. Las sociedades fueron
creadas mediante la unión de las gentes para su protección, y además, porque es
lógico unirse en un trabajo costoso para poder ejecutarlo en mejor y más rápida
manera. Aún así, también el hombre le debe a la naturaleza todo cuanto es, y no
debe llegarse hasta un estado corrupto provocado por un exceso de poder en
personas precisas. Si algo ha de observarse para la creación de un estado igualitario
y justo, es en la mayor perfección conocida y por conocer, la naturaleza, que
siempre ha sabido complementar las necesidades de cada raza para la
subsistencia de todas ellas, eso sí, antes de la corrupción del hombre. Es la
propia naturaleza las que nos dice con hechos e imágenes lo que los humanos,
como cualquier ser vivo, debemos hacer, y por tanto, cuál es nuestra
naturaleza. Al igual que las hormigas se agrupan y construyen hormigueros de
enormes proporciones y complejidad más que notable, los humanos deben unirse de
forma igualitaria en la consecución de grandes proyectos que pudiesen
facilitarnos la vida, eso sí, respetando siempre la igualdad, no sólo entre
nosotros, sino también con el resto de animales. No es ningún tema de poca
importancia el hecho de que debemos proteger la naturaleza y cada una de sus
razas, porque por todos es sabido que ésta posee un complejo sistema conocido
como cadena trófica en la que cada uno de los seres vivos necesita a otro y
otros para sobrevivir, complementándose mutuamente de forma en que es posible
la vida. Si nosotros los humanos, de forma descontrolado y egoísta,
destruyéramos alguno de los eslabones necesarios de esta cadena,
desestabilizaríamos gravemente la naturaleza, y por consiguiente, a nosotros
mismos. Esto no debería ser problema si los hombres no estuviesen corrompidos
por una continua codicia, que a pesar de no tener hambre, puede incluso
llevarnos a matar por diversión, pero a esto, ya le dimos solución
anteriormente, demostrando que es un estado social mal construido el
responsable de los vicios del hombre.
Si analizamos detenidamente todo cuanto se ha dicho hasta el momento,
podemos comprender que lo natural en los hombres es la agrupación en
sociedades, y estas crearán estados. En este punto, estamos de acuerdo. El
punto de inflexión viene cuando hablamos del tipo de estado a crear para que
todo sea realmente sostenible, igualitario y justo. Hasta el momento, ninguno
de los sistemas ideados ha sido capaz de establecer estos tres valores en una
humanidad corrupta. Pues bien, por irrisorio que pudiese parecer en un
principio, el único problema del hombre, el causante de su corrupción, su
insostenibilidad, injusticia y desigualdad, siempre ha sido, es y será el
sistema monetario. La obsesión por valorar todo cuando existe en cifras
abstractas e irreales no tiene lógica alguna, y de la misma manera, no hay
lógica alguna en tener que usar este sistema para poder tener derecho a alimentarse.
El dinero es el causante de la mayor parte de las guerras, y de todas las
desigualdades sociales. Si de la tierra brota una hortaliza, no es natural
idear un sistema de compra-venta, sino comérsela si se tiene hambre. Ahora
bien, en sociedad, si crece una hortaliza, y no es suficiente para alimentarnos
a todos, usemos la fuerza de esta unión para cultivarlas en mayor medida, de
modo en que podamos satisfacer todas las necesidades alimenticias de la
población.
Si nuestro sistema está basado en el movimiento de capitales, y este
capital, pertenece a toda la población, es obvio que nuestro dinero viajará
continuamente de modo en que, al fin y al cabo, todos nos debamos a todos. Por
esto, aplicando la misma regla del sistema, cuando se nos debe algo, esto nos
corresponde, y se ideó la moneda para valorar las cosas, lo que se nos debe es
en realidad material. Si a todos se nos debe algo material, todo lo material
poseído por todos es debido a otros a su vez, por lo que en última instancia,
todo es de todos. Sabiendo esto, ¿no sería más razonable valorar un tomate como
un tomate y no como un complejo sistema numérico? Parece que desde la Revolución Industrial
la mente humana ha ido abstrayéndose, y con ella, las sociedades y sus sistemas
económicos y sociales, que han ido complicándose cada vez más hasta la creación
de algo insostenible, que nadie logra terminar de comprender, y que al parecer
está condenado a caer en crisis cada cierto período de tiempo. Puede que el
tiempo esté formado por ciclos, pero eso no hace lógico el hecho de que, aún en
conocimiento de que caeremos de nuevo en una crisis, sigamos manteniendo un
sistema caduco.
Volviendo a la naturaleza humana, y retomando el punto del estado social,
considero importante la idea de Rousseau de que el hombre tiende a
perfeccionarse. Como todo animal, el ser humano está destinado a seguir
evolucionando con el tiempo, y por tanto, a perfeccionarse, luego, si esto es
así, debería ser lógico que los sistemas sociales y económicos cambiasen y se
perfeccionasen a la par que él. Y no sólo esto, sino que como supuse anteriormente
de manera bastante utópica, el sistema económico, debería llegar a incluirse
dentro del propio sistema social hasta desaparecer por completo.
Si he de opinar acerca de la condición del hombre, considero que éste aún
no está preparado ni lo suficientemente civilizado como para poder vivir en una
sociedad justa e igualitaria, que debido a las corrupciones ya conocidas,
obedece más a los placeres que a la propia razón. Acepto como verdadero el
hecho de que el ser humano tiende a perfeccionarse, y por tanto, es necesario
idear nuevos sistemas para nuevos habitantes, y del mismo modo, considero
inminente que el hombre, en un largo período de tiempo, habrá avanzado lo
suficiente moralmente como para establecer una sociedad justa e igualitaria que
no precise de un sistema económico para mantenerse, ni de unos líderes para
organizarse, sino que bastará con la voluntad de cada individuo, que conociendo
previamente el concepto de justicia, no tendrá problema alguna para la
convivencia con sus semejantes. La libertad es condición necesaria del hombre,
pero ésta implica responsabilidad suficiente como para saber qué es lo correcto
en nuestras actuaciones libres. En los sistemas actuales, la libertad no
existe, las gentes están continuamente controladas y preprogramadas a llevar a
cabo determinados actos en pro del sistema económico, pero entenderé este paso
como necesario. Es necesario el paso del establecimiento de unas leyes que
hagan comprender al hombre lo justo y le preparen para un futuro en el que estas
normas ya no sean necesarias, bastando únicamente con directrices morales
preestablecidas en cada una de las mentes humanas.
Los sistemas organizativos para el hombre deben avanzar a favor de
mayores libertades, pero no económicas, sino sociales, de modo en que el último
estado destinado para el hombre, sea una hábil mezcla entre lo natural y lo
social, siendo innecesaria su diferenciación, porque ambos deben significar lo
mismo. Este estado, debería suponer la libertad absoluta de todos los seres, su
igualdad y una sociedad completamente justa gobernada por sus propios
ciudadanos, una sociedad que no necesitará imponer valores aritméticos para el
control de los artículos, porque ya seremos lo suficiente moralmente avanzados,
como para saber que nadie tiene mayores derechos que otro a tener más y mejores
cosas, y que por tanto, la propiedad privada no existe, porque todo proviene de
la naturaleza, de la cual provenimos todos y cada uno de nosotros.
Vivimos tiempos difíciles en los que la naturaleza humana está en tela de
juicio. Son demasiados los fracasos y las decepciones que nuestros dirigentes
cometen cada día, haciéndonos enfurecer por las continuas corrupciones en los
órganos de gobierno y los tratos y preferencias con las empresas privadas. Ya
muchos opinan que el hombre es un cáncer para el mundo, que no tiene solución
alguna. Ponen como ejemplo las corrupciones de las que hablo, unas en las que
algunos se apropian un dinero que no les pertenece mediante ciertos actos
perjudiciales para la población a favor de su propio beneficio. Estos actos,
parecen ya generalizados y las gentes están más que cansadas, y precisamente,
ese es nuestro problema, la generalización inmediata de todo cuanto sucede.
Hemos olvidado el espíritu de superación que nos caracteriza, y hemos dado por
supuesto que todos nuestros gobernantes malversarán nuestros fondos en cuanto
cojan las riendas de nuestro estado. Confiamos en exceso en aquellos a los que
delegamos el gobierno de nuestro país, les otorgamos demasiado poder, un poder
demasiado tentativo para un hombre aún primitivo. Todos y cada uno de nosotros
nos quejamos continuamente de estas corrupciones, pero sin embargo, a todo
aquél que se le pregunta, contesta alta y claramente que haría lo mismo, porque
“para que lo haga otro, lo haré yo”. Es hora de coger las riendas de nuestra
propia sociedad, arrebatar los poderes excesivos a nuestros gobernantes y tomar
parte de nuestra propia organización, de forma progresiva, lenta pero
ininterrumpidamente.
Podemos concluir, en unas pocas ideas, todo el texto anterior.
Primeramente, ha de tenerse en cuenta que el hombre nace incorrupto, pero es el
estado social quien le corrompe, no porque ésta no sea su naturaleza, sino por
un mal planteamiento de éste. El correcto planteamiento del estado social
cumplirá tres principios fundamentales: sostenibilidad, igualdad y justicia; e
ira, progresivamente, avanzando sin interrupciones hacia un sistema perfecto e
incorruptible basado en el principio de principios que hace al hombre racional:
la libertad.
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