lunes, 26 de diciembre de 2011

Naturaleza Humana

Optaré por la comparación de las visiones acerca de la naturaleza humana, tanto de Rousseau en Discurso sobre elorigen de la desigualdad, como de Hobbes en Leviatán, en el siguiente ensayo, para vislumbrar, por último y si fuese posible, una percepción propia acerca de la naturaleza humana.
La postura de Rousseau es bien diferente a la de Hobbes, y es que el primero asegura que el hombre es bueno por naturaleza, y que este, en el primigenio Estado de Naturaleza, es bueno y sociable. Además, está en la voluntad del hombre su propia elección ante los asuntos mundanos, teniendo así su libertad, y disponiendo de una serie de derechos naturales. Este no es el caso de Hobbes, pues afirma que el ser humano en su estado de naturaleza se encuentra bajo el caos y la barbarie, una continua guerra de todos contra todos provocada por la carencia de leyes. Llegados a este punto, ya se observan diferencias importantes entre ambas visiones, siendo en una el hombre considerado naturalmente bueno, y en otra, naturalmente malvado, al mismo tiempo que Rousseau asegura la existencia de unos derechos naturales, y Hobbes achaca el caos a la falta de leyes, que provoca el desconocimiento humano acerca de lo que es justo, y por tanto, no pudiendo actuar justamente. Quedando esto claro, proseguiremos en la comparación de ambas visiones antropológicas.
Para Rousseau, un gobierno legítimo y popular debe guiarse, al igual que cada persona, por la voluntad general. Esta voluntad debe encargarse de la preservación del todo y de cada parte individual, y es esto el origen de las leyes, y con ellas, la principal de todas, la que rige lo justo e injusto, tanto en relación con el estado como con ellos mismos. A esto, añade que la función encargada al estado, y la causante de su creación, es la protección de los bienes, la vida y la libertad de cada individuo, pero también preservando la autoridad del gobierno, es decir, permitiendo la ordenación correcta de la sociedad. En contraposición a lo anterior, Hobbes nos advierte que el hombre está obcecado en un deseo de poder que sólo termina con su propia muerte, y que el ansia de riquezas, placeres o reconocimientos les inclinan a combatir entre ellos, siendo esto causa de las que considera las tres principales causas de la discordia: la competencia, la desconfianza y la gloria. Por tanto, teniendo en cuenta todo lo anterior, Hobbes asegura que mientras no exista un estado que controle mediante leyes al hombre, éste se encontrará en una continua pugna que denomina la guerra de todos contra todos, pero debemos recordar que Rousseau afirmaba la existencia de unos derechos naturales que no precisan ser promulgados para su conocimiento, ya que son meramente instintivos e incluso compartidos con algunos animales. Resumiendo ambas posturas, diremos que Rousseau defiende que la causa de la creación del estado es la protección de los bienes, la vida y la libertad de los individuos, pero Hobbes nos dice que la única causa es establecer el orden en unos seres innatamente enfrentados por la competencia, la desconfianza y el deseo de gloria además de su miedo a la muerte, del que sólo podrá librarse con ella misma.
En cuanto a los gobiernos ideales para ambos autores, de Rousseau podríamos decir que es la democracia en su sentido más arcaico, es decir, las polis o ciudades-estado de la antigua Grecia, que son lo suficientemente pequeñas como para poder formas asambleas que garanticen que todo el pueblo participa en el gobierno de su propia ciudad. Además, a esto le añade, que aunque el poder esté en el pueblo, la forma idónea de gobierno es la república, ya que no considera correcto dejar toda la soberanía en una misma persona, algo a lo que denomina despotismo, y que asegura, aplasta los derechos del hombre. De la misma manera, tampoco considera correcto el gobierno aristocrático formado por unos cuantos individuos de mayor poder. En su contra, Hobbes, asegura que el poder puede ser transferido por el pueblo a un único representante, un soberano, que deberá guardar los derechos fundamentales de los hombres además de protegerlos y asegurar sus propiedades privadas.
Explicado todo lo anterior, tomaremos en mayor medida el asunto de la naturaleza humana, dividido por ambos autores en dos estados diferentes, pero no iguales entre sí. Si para Rousseau el hombre es bondadoso por naturaleza, no lo será para Hobbes, y tampoco estarán de acuerdo en las consecuencias que acarreará el poder de un estado sobre los hombres. Nos advierte Rousseau de que es el estado social el causante de las desigualdades del hombre, y no sus rasgos físicos. Aún así, es importante distinguir entre los dos tipos de desigualdades que éste diferencia, siendo las primeras las desigualdades naturales o físicas, sin apenas importancia y que no deben suponer problema alguno, ya que no son más que simples diferencias físicas que pueden afectar a las capacidades, pero que en el conjunto de la sociedad, pasan desapercibidas. Por otra parte, las desigualdades sociales son el tema principal de su Discurso sobre el origen de la desigualdad,  y esto es debido a que las considera provocadas por el mismo estado, es decir, que éstas no existían en el estado primigenio de naturaleza. Las desigualdades originadas por el estado social son tales como la pobreza, el desigual reparto de los alimentos, e incluso el poder de unos sobre otros. Son éstas las causantes de otros males que atormentan al hombre, y por el contrario, no atormentan a ningún otro animal. Véase el caso de las enfermedades, que hasta el momento no han sido capaces de masacrar a miles de ellos, cuyo caso no es el del hombre, que a causa de la pobreza extrema de ciertos sectores de la población, y su falta de alimento, ocasiona el rápido deterioro de la salud, y con esto, la expansión de cualquier enfermedad que ni siquiera afecta al mundo animal. A esto, se aprovecha para decir que el hombre, acomodado en sociedad, se ha hecho débil, ha perdido su condición animal de supervivencia y es incapaz de soportar males que otros animales sí logran superar. En sus principios, el hombre no sentía miedo por las bestias, pero en el estado social, sí lo tiene, habiendo perdido sus instintos primarios y viendo aumentados sus sentimientos.
Es otro tema importante el de la guerra, ocasionada por diversos factores no existentes en el estado natural, y es que asegura Rousseau no haber visto ningún animal atacar por simple placer, o por ningún motivo que no fuese el hambre o la protección. Además, refuta a Hobbes en su creencia de la maldad innata del hombre, señalando éste que el hombre tiene un sentimiento natural, al igual que todos los animales, de piedad. Este hecho, lo ejemplifica con la obviedad de que todos los animales actúan de modos concretos ante uno de sus semejantes muertos, y esto, demuestra el carácter natural e innato de ciertos sentimientos que no precisan de ninguna ley para ser conocidos.
Seguidamente, Rousseau nos explicará que los hombres debieron aprender a comunicarse para ponerse de acuerdo en temas primordiales para su propia seguridad, y con esto nació el lenguaje, que después, nos conduciría al raciocinio propio del ser humano, que posteriormente contribuirá en la creación del estado social. Este hecho, no está del todo claro, y advierte el autor de su gran complejidad, ya que aún nadie se ha puesto al parecer de acuerdo en qué fue primero, si el lenguaje, o el pensamiento. Por su parte, Rousseau nos dice que el hombre comenzó su comunicación con el grito, y que posteriormente, al necesitar una mayor cantidad de sonidos para comunicarse, creó el lenguaje. Una vez establecido un estado social, el hombre, en condición de sociable, crea una necesidad de convivencia que le vuelve débil y aumenta sus sentidos. Cuanto mayor sea el grado de sociabilidad, mayor será la necesidad de convivir con otros, porque más imprescindible se hará el estado social para la supervivencia.
De las desigualdades sociales en su estado correspondiente, se verán ampliadas las desigualdades naturales, y ante esto, surgirá la envidia entre los hombres. En este momento ya poco puede hacerse, pues la debilidad de los hombres, y la mayor capacidad de unos para progresar que otros, hace que las desigualdades se acrecienten aún más con la introducción de la propiedad privada, considerada como hecho inicial del estado social. Con la propiedad, obviamente, se crea la desigualdad económica, y con ella, la guerra mutua por conseguir mayores posesiones que los otros. Ante esto, debe crearse una ley que ordene a los hombres, y además, se debe establecer a aquellos que velarán por su cumplimiento o crearán otras nuevas según sea necesario o justo. Con el crecimiento del poder político y su concentración en pocos individuos, éste se degenera, creándose la relación amo-esclavo, ocasionada a su vez por amplias desigualdades económicas acarreadas por introducción de la propiedad privada. En conclusión, ante estos hechos, el despotismo se sitúa desafiante y termina aplastando leyes y derechos humanos, regresando de nuevo a un estado natural, eso sí, habiendo ya desvirtuado al hombre, y ocasionándole la inutilidad de supervivencia.
Es ahora el momento en que ha de discernirse sobre cuál de estos dos autores está más en lo cierto, y esto es algo difícil. Muchos achacan a Rousseau, que su idea del estado natural, está más próxima a un paraíso que de la propia realidad, y es que cuesta creer que el hombre sea bueno por naturaleza. Aún así, ha de tenerse en cuenta que nadie puede asegurar a ciencia cierta cómo era el hombre en su etapa más natural, y por tanto, no hay más que elucubraciones y suposiciones que podrían o no ser acertadas. Algo que sí es cierto, es que en las tribus indígenas no existe la desigualdad, porque en su libertad absoluta y la inexistencia de sistemas organizativos, todos son iguales ante todos, a pesar de que sí puedan tener algún líder que les aconseje; y del mismo modo, los territorios que mejor pueden ser gobernados, son aquellos que son de menor tamaño, puesto que vive una menor cantidad de gente, hay menor diversidad, y por tanto la justicia es más equitativa. Por esto, podría concluirse que Rousseau está en lo cierto cuando asegura que los estados deberían ser lo suficientemente pequeños como para que el pueblo, reunido en asambleas, sea quien se gobierne a sí mismo, y no dejando paso a ningún tipo de degeneración política.
Imaginemos un mundo en que cada cual ocupase la profesión que más le agradara, y que no existiese el dinero como medida de compra y venta de artículos. Es más, supongamos que todo cuanto existe fuese totalmente gratuito a cambio del trabajo de cada uno de nosotros para el resto de la comunidad. En esta situación, ¿existiría el hurto? Ciertamente, no. No sólo no se robaría porque todo fuese gratuito, sino que además, no tendría sentido alguno robar ni se daría ningún impulso a hacerlo, porque la igualdad sería total, nadie poseería más bienes que otros, y por consiguiente, no existiría la envidia en ese sentido. En añadido a esto, en una sociedad incorrupta por el dinero, se reducirían de forma sorprendente todos los delitos posibles, entre ellos, los asesinatos. Pensemos por un segundo en las razones que podrían llevarnos a asesinar a alguien, siendo claramente una de las primeras la envidia, una envidia causada por la desigualdad social o económica que ya ha sido eliminada con la anterior suposición. Con esto, se ven reducidas hasta niveles mínimos las posibilidades de un asesinato, ya que entonces tan sólo se haría uso de la violencia para casos extremos de defensa, los cuales, seguramente, nos serían innecesarios debido a que nadie querría atacarnos al no tener motivo aparente. Pueden quedar otros motivos, pero estos pertenecen ya a un estadio diferente, al de la enfermedad, el cual no se corresponde con la naturaleza humana, sino a un estado alterado de la misma, que aún así, también se vería seguramente reducido, ya que casi todas las enfermedades psíquicas son producidas por efectos externos causados por el estado social (p. Ej. El estrés). Con la suposición anterior, y los resultados que se desprenden, parece estar probado que Rousseau acertaba en que es el estado social el causante de los males del hombre, y que no es el hombre el mal en sí mismo, que eliminando los factores externos, no posee razón alguna para actuar de forma incorrecta. Además, cabe añadir que ningún hombre en su sano juicio sería capaz de llevar a cabo un mal contra otros sin motivo alguno. Podemos concluir pues, que el hombre no es malvado por naturaleza, sino consecuente, como cualquier otro animal, y que no causará mal alguno si su vida no está en peligro.
Ahora bien, ¿es el hombre un ser social, o un ser natural? A mi parecer, el problema no está en decir cuál de estos tipos podría ser, sino que lo erróneo es la clasificación que ha sido creada. De esto, se señala que el hombre es un ser comunitario por necesidad, que precisa de otros para su subsistencia, y mejor dicho, para una mayor comodidad. Las sociedades fueron creadas mediante la unión de las gentes para su protección, y además, porque es lógico unirse en un trabajo costoso para poder ejecutarlo en mejor y más rápida manera. Aún así, también el hombre le debe a la naturaleza todo cuanto es, y no debe llegarse hasta un estado corrupto provocado por un exceso de poder en personas precisas. Si algo ha de observarse para la creación de un estado igualitario y justo, es en la mayor perfección conocida y por conocer, la naturaleza, que siempre ha sabido complementar las necesidades de cada raza para la subsistencia de todas ellas, eso sí, antes de la corrupción del hombre. Es la propia naturaleza las que nos dice con hechos e imágenes lo que los humanos, como cualquier ser vivo, debemos hacer, y por tanto, cuál es nuestra naturaleza. Al igual que las hormigas se agrupan y construyen hormigueros de enormes proporciones y complejidad más que notable, los humanos deben unirse de forma igualitaria en la consecución de grandes proyectos que pudiesen facilitarnos la vida, eso sí, respetando siempre la igualdad, no sólo entre nosotros, sino también con el resto de animales. No es ningún tema de poca importancia el hecho de que debemos proteger la naturaleza y cada una de sus razas, porque por todos es sabido que ésta posee un complejo sistema conocido como cadena trófica en la que cada uno de los seres vivos necesita a otro y otros para sobrevivir, complementándose mutuamente de forma en que es posible la vida. Si nosotros los humanos, de forma descontrolado y egoísta, destruyéramos alguno de los eslabones necesarios de esta cadena, desestabilizaríamos gravemente la naturaleza, y por consiguiente, a nosotros mismos. Esto no debería ser problema si los hombres no estuviesen corrompidos por una continua codicia, que a pesar de no tener hambre, puede incluso llevarnos a matar por diversión, pero a esto, ya le dimos solución anteriormente, demostrando que es un estado social mal construido el responsable de los vicios del hombre.
Si analizamos detenidamente todo cuanto se ha dicho hasta el momento, podemos comprender que lo natural en los hombres es la agrupación en sociedades, y estas crearán estados. En este punto, estamos de acuerdo. El punto de inflexión viene cuando hablamos del tipo de estado a crear para que todo sea realmente sostenible, igualitario y justo. Hasta el momento, ninguno de los sistemas ideados ha sido capaz de establecer estos tres valores en una humanidad corrupta. Pues bien, por irrisorio que pudiese parecer en un principio, el único problema del hombre, el causante de su corrupción, su insostenibilidad, injusticia y desigualdad, siempre ha sido, es y será el sistema monetario. La obsesión por valorar todo cuando existe en cifras abstractas e irreales no tiene lógica alguna, y de la misma manera, no hay lógica alguna en tener que usar este sistema para poder tener derecho a alimentarse. El dinero es el causante de la mayor parte de las guerras, y de todas las desigualdades sociales. Si de la tierra brota una hortaliza, no es natural idear un sistema de compra-venta, sino comérsela si se tiene hambre. Ahora bien, en sociedad, si crece una hortaliza, y no es suficiente para alimentarnos a todos, usemos la fuerza de esta unión para cultivarlas en mayor medida, de modo en que podamos satisfacer todas las necesidades alimenticias de la población.
Si nuestro sistema está basado en el movimiento de capitales, y este capital, pertenece a toda la población, es obvio que nuestro dinero viajará continuamente de modo en que, al fin y al cabo, todos nos debamos a todos. Por esto, aplicando la misma regla del sistema, cuando se nos debe algo, esto nos corresponde, y se ideó la moneda para valorar las cosas, lo que se nos debe es en realidad material. Si a todos se nos debe algo material, todo lo material poseído por todos es debido a otros a su vez, por lo que en última instancia, todo es de todos. Sabiendo esto, ¿no sería más razonable valorar un tomate como un tomate y no como un complejo sistema numérico? Parece que desde la Revolución Industrial la mente humana ha ido abstrayéndose, y con ella, las sociedades y sus sistemas económicos y sociales, que han ido complicándose cada vez más hasta la creación de algo insostenible, que nadie logra terminar de comprender, y que al parecer está condenado a caer en crisis cada cierto período de tiempo. Puede que el tiempo esté formado por ciclos, pero eso no hace lógico el hecho de que, aún en conocimiento de que caeremos de nuevo en una crisis, sigamos manteniendo un sistema caduco.
Volviendo a la naturaleza humana, y retomando el punto del estado social, considero importante la idea de Rousseau de que el hombre tiende a perfeccionarse. Como todo animal, el ser humano está destinado a seguir evolucionando con el tiempo, y por tanto, a perfeccionarse, luego, si esto es así, debería ser lógico que los sistemas sociales y económicos cambiasen y se perfeccionasen a la par que él. Y no sólo esto, sino que como supuse anteriormente de manera bastante utópica, el sistema económico, debería llegar a incluirse dentro del propio sistema social hasta desaparecer por completo.
Si he de opinar acerca de la condición del hombre, considero que éste aún no está preparado ni lo suficientemente civilizado como para poder vivir en una sociedad justa e igualitaria, que debido a las corrupciones ya conocidas, obedece más a los placeres que a la propia razón. Acepto como verdadero el hecho de que el ser humano tiende a perfeccionarse, y por tanto, es necesario idear nuevos sistemas para nuevos habitantes, y del mismo modo, considero inminente que el hombre, en un largo período de tiempo, habrá avanzado lo suficiente moralmente como para establecer una sociedad justa e igualitaria que no precise de un sistema económico para mantenerse, ni de unos líderes para organizarse, sino que bastará con la voluntad de cada individuo, que conociendo previamente el concepto de justicia, no tendrá problema alguna para la convivencia con sus semejantes. La libertad es condición necesaria del hombre, pero ésta implica responsabilidad suficiente como para saber qué es lo correcto en nuestras actuaciones libres. En los sistemas actuales, la libertad no existe, las gentes están continuamente controladas y preprogramadas a llevar a cabo determinados actos en pro del sistema económico, pero entenderé este paso como necesario. Es necesario el paso del establecimiento de unas leyes que hagan comprender al hombre lo justo y le preparen para un futuro en el que estas normas ya no sean necesarias, bastando únicamente con directrices morales preestablecidas en cada una de las mentes humanas.
Los sistemas organizativos para el hombre deben avanzar a favor de mayores libertades, pero no económicas, sino sociales, de modo en que el último estado destinado para el hombre, sea una hábil mezcla entre lo natural y lo social, siendo innecesaria su diferenciación, porque ambos deben significar lo mismo. Este estado, debería suponer la libertad absoluta de todos los seres, su igualdad y una sociedad completamente justa gobernada por sus propios ciudadanos, una sociedad que no necesitará imponer valores aritméticos para el control de los artículos, porque ya seremos lo suficiente moralmente avanzados, como para saber que nadie tiene mayores derechos que otro a tener más y mejores cosas, y que por tanto, la propiedad privada no existe, porque todo proviene de la naturaleza, de la cual provenimos todos y cada uno de nosotros.
Vivimos tiempos difíciles en los que la naturaleza humana está en tela de juicio. Son demasiados los fracasos y las decepciones que nuestros dirigentes cometen cada día, haciéndonos enfurecer por las continuas corrupciones en los órganos de gobierno y los tratos y preferencias con las empresas privadas. Ya muchos opinan que el hombre es un cáncer para el mundo, que no tiene solución alguna. Ponen como ejemplo las corrupciones de las que hablo, unas en las que algunos se apropian un dinero que no les pertenece mediante ciertos actos perjudiciales para la población a favor de su propio beneficio. Estos actos, parecen ya generalizados y las gentes están más que cansadas, y precisamente, ese es nuestro problema, la generalización inmediata de todo cuanto sucede. Hemos olvidado el espíritu de superación que nos caracteriza, y hemos dado por supuesto que todos nuestros gobernantes malversarán nuestros fondos en cuanto cojan las riendas de nuestro estado. Confiamos en exceso en aquellos a los que delegamos el gobierno de nuestro país, les otorgamos demasiado poder, un poder demasiado tentativo para un hombre aún primitivo. Todos y cada uno de nosotros nos quejamos continuamente de estas corrupciones, pero sin embargo, a todo aquél que se le pregunta, contesta alta y claramente que haría lo mismo, porque “para que lo haga otro, lo haré yo”. Es hora de coger las riendas de nuestra propia sociedad, arrebatar los poderes excesivos a nuestros gobernantes y tomar parte de nuestra propia organización, de forma progresiva, lenta pero ininterrumpidamente. 
Podemos concluir, en unas pocas ideas, todo el texto anterior. Primeramente, ha de tenerse en cuenta que el hombre nace incorrupto, pero es el estado social quien le corrompe, no porque ésta no sea su naturaleza, sino por un mal planteamiento de éste. El correcto planteamiento del estado social cumplirá tres principios fundamentales: sostenibilidad, igualdad y justicia; e ira, progresivamente, avanzando sin interrupciones hacia un sistema perfecto e incorruptible basado en el principio de principios que hace al hombre racional: la libertad.

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