martes, 22 de octubre de 2013

Imbéciles

¿Saben qué? Estoy harto. Somos imbéciles, unos completos y absolutos imbéciles. Y lo grave no es que seamos imbéciles, sino que ni siquiera sabemos que somos imbéciles. ¿Están cansados de leer un insulto? Bien, les repetiré una vez más que son unos imbéciles, al igual que yo. Quiero que se enfaden, quiero que sientan, que actúen. Maldita sea, quiero que piensen. Léanme al menos, sepan lo que tengo que decirles, critíquenme, si desean hacerlo, con el mínimo conocimiento de mis palabras.
No somos más que imbéciles, y seguiremos siéndolo por no saber o no querer saber vivir fuera de este sistema. Estoy harto de imbéciles, estoy harto de mí mismo. Todos sabemos que se muere de hambre, que hay personas que se suicidan desde su balcón porque el banco les ha quitado la casa, que algunos nunca la han tenido. Somos conscientes de que el porcentaje de millonarios ha crecido un 13% en España, pero los pobres cada vez son más pobres. Nos estrangulan, nos reducen derechos básicos, nos anulan. Quizás no sepan que el 20% de la población mundial consume el 80% de los recursos, pero para eso están los libros, la información libre de manipulación, lo que no es un maldito show mediático para distraer nuestra atención. No, las cosas no van bien, eso todos lo sabemos.
Hay quien dice que sufrimos una política de derechas, que desde la izquierda debe lucharse por recuperar lo perdido. Lo siento, ya no creo en las ideologías. ¿Derecha o izquierda? ¿Del Barça o del Madrid? No me da la gana elegir, no, no pienso hacerlo. Yo quiero ser un ser humano. Quiero pensar por mí mismo, no quiero que nadie me divida, me manipule y me coloque frente a mis semejantes. No consentiré que la ira se interponga entre nosotros, no me engañarán con burdas diferencias, no, ya no. Se acabó. Es así como nos quieren, enfrentados, llenos de ira, entretenidos, con la vista hacia otro lado.
¡Somos libres! Para elegir qué comprar. Somos esclavos. Esclavos del marketing, de la publicidad, de un mundo de usar y tirar. ¿No se dan cuenta? Actuamos como si todo fuese de usar y tirar, como si pudiésemos comprar un mundo nuevo cuando este deje de funcionar, como si las personas no sintiesen, como si no tuvieran dignidad. Joder, qué tonterías digo, ¡7.000 millones de habitantes, claro que somos de usar y tirar! Este no es un texto de cultismos, quiero que me entiendan perfectamente cuando les digo que hay personas a las que las vidas humanas, su dignidad, sus supuestos derechos, les importan una auténtica mierda. Unos cuantos manejan los finos pero irrompibles hilos de sus grandes multinacionales, todo está articulado en una gran red, una tela de araña diría yo. Sí, nosotros somos las moscas, moscas imbéciles. Estamos pegados y sabiendo que nos van a comer, pero no hacemos lo más mínimo por escapar, suponemos que el pegamento es demasiado fuerte, o qué sé yo, que si nos separamos de esta tela nos dejaremos algún miembro pegado a ella. ¿Han sentido alguna vez ese miedo atroz hacia algo, ese que no nos deja movernos, el que nos hace sudar pero mantenernos completamente fríos? Miedo, él es quien nos paraliza. Tenemos tanto miedo que seguimos fríos, totalmente incapaces de enfurecer. Sólo enfurecemos para enfrentarnos a nuestros semejantes por una idea abstracta o un partido de fútbol, pero esta ira es como la que está contenida dentro de un sueño, sólo hay que despertar para olvidarla completamente.
¿Conocen las estrategias para controlar a los alumnos problemáticos en la E.S.O.? Me parece un ejemplo bastante comprensible, puesto que, o bien se les separa en diferentes grupos, o bien se les une en uno solo y se les aísla. Eso sí, el fin siempre es que no den problemas. Nosotros, moscas imbéciles, estamos separados sin darnos cuenta. Uno dice ser de derecha, otro de izquierda, y como hoy día la capacidad intelectual está bastante mermada, se nos intenta separar por gustos futbolísticos u otros semejantes, no vaya a ser que no entendamos eso de la política, o que pasemos olímpicamente de ella. Todo sea por mantener el orden.
Ya no existen las ideologías, da igual que ganen las elecciones PP o PSOE, al final gobiernan las multinacionales. Se hace lo que se nos pide «desde arriba», y tan alto quiere mirar uno, que acaba rompiéndose el cuello, si es que no se lo han roto antes para que no vea lo que no debería ver. Continuemos, continuemos odiándonos como hicieron nuestros antepasados, matémonos entre hermanos, entre vecinos, entre personas engañadas. Eso quieren ellos. Imbéciles, somos imbéciles, como un perro que tras aguantar que le molesten se muerde su propia cola.
Unámonos, despeguémonos de esta tela de araña, pero dejen de pelear por un sitio más grande en este pequeño hueco, dejen de chocarse contra el cristal, ahí fuera hay más. Detrás de ese cristal se reparte la mayor parte del mundo, todo lo que podríamos tener si no estuviese repartido entre las élites. El panadero de la esquina no es su enemigo, ni siquiera el empresario local, miren mucho más allá. Esto no es una lucha de clases, me gustaría denominarlo «conflicto persona-antipersona». Todos nosotros somos personas, lejos de cualquier diferencia, pero existe la mayor contradicción posible, personas antipersonas. Eso es la antipersona, alguien que actúa de tal modo en que niega su propia dignidad, alguien que dejó de ser persona para convertirse en dominante de personas, quien hará lo necesario para ser más rico o tener más poder. Y todos tenemos una antipersona en nuestro interior, esa que duda qué comprar en el supermercado, la que conspira para tener más poder, la que queda boquiabierta ante el televisor, pero no por asombro, sino para que un hilo de saliva acabe cayendo, como un muerto en vida. Deshagámonos primero de nuestra antipersona, rechacemos el poder sobre otros, adoptemos el poder para con otros.
Ni siquiera sé si más de dos o tres personas leerán este texto completo, no sé si he conseguido transmitir lo que quería o demasiadas cosas quedaron en el tintero. Despertemos de una vez, digamos basta. Trabajemos para vivir, no para que otros vivan mejor. Luchemos, pero no entre nosotros, sino por una dignidad perdida, por un sistema justo. Dejemos de ser máquinas, números, dinero en potencia. Seamos personas de nuevo.
Ojalá mañana mismo cientos de miles de personas salgan a las calles a reclamar su dignidad, a cambiar algo que lleva siglos establecido, a luchar por la justicia. Desearía dejar un mundo mejor a generaciones futuras, pero sé que mañana nadie hará nada. Ya lo había dicho al comienzo de este texto, somos imbéciles. Bon appétit, arácnidos.

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